75 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

Anoche, en uno de mis habituales desvelos, sintonicé la BBC y me topé con el discurso de Blinken por el 75º aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH). Acto seguido, la emisora contrastaba esta conmemoración con los horrores en Gaza, resaltando la ironía y la hipocresía de nuestra era. Este contraste me impulsó a buscar el texto en línea, reafirmando mi creencia de que los textos que soportan el paso del tiempo, antifrágiles, son aquellos que capturan verdades esenciales e inmutables para la humanidad.

Hace setenta y cinco años, el 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamaba ese documento histórico. Frente a las atrocidades actuales en Gaza, y en tantos otros sitios, es oportuno recordar y valorar este hito civilizatorio.

En 1948, el mundo apenas salía de la muerte y la destrucción de la Segunda Guerra Mundial: la Unión Soviética bloqueaba Berlín (mi ciudad refugio), sindicatos y partidos comunistas en Italia y Francia agitaban las calles, los árabes oponían resistencia al nuevo Estado de Israel, China estaba en plena guerra civil, y los segregacionistas estadounidenses formaban partido para impedir el avance de los derechos civiles de los afroamericanos. Sobre este escenario, los países miembros de las Naciones Unidas, apenas con tres años de fundada, adoptaban este documento trascendental:** la base común de los derechos fundamentales para todos los seres humanos.**

El concepto de un ‘mundo basado en reglas’, en oposición a la concepción de que ’el poder hace la regla’, que casi llevó al mundo al borde de la destrucción en las dos guerras mundiales del siglo XX, era el principio rector detrás de la formación de las Naciones Unidas. En los albores de 1946, el Consejo Económico y Social de la ONU tomó la iniciativa de reunir una comisión de nueve destacados expertos en derechos humanos. Esta comisión tenía la tarea de establecer la Comisión Permanente de Derechos Humanos, la cual se distinguió de otras comisiones de la ONU por basar la selección de sus miembros en méritos personales en lugar de en afiliaciones nacionales, subrayando así la importancia de la competencia y la integridad en la promoción y protección de los derechos humanos.

Harry S. Truman, presidente en ese momento, designó a Eleanor Roosevelt como delegada de Estados Unidos ante las Naciones Unidas. Eleanor, viuda del expresidente Franklin Delano Roosevelt y reconocida defensora de los derechos humanos, fue posteriormente elegida por Trygve Lie, Secretario General de la ONU, para formar parte de la comisión encargada de establecer una entidad formal de derechos humanos. En esta comisión, Roosevelt fue solicitada para ocupar la presidencia.

Durante su primera reunión el 29 de abril de 1946, la comisión recibió un mensaje enfático:** ‘Los pueblos libres y aquellos liberados de la esclavitud depositan su confianza y esperanza en ustedes para garantizar el respeto a estos derechos esenciales a nivel mundial, fundamentales para la dignidad humana’**. Su trabajo sería clave para establecer a las Naciones Unidas como un pilar del orden internacional de posguerra, contribuyendo significativamente a un período de estabilidad y cooperación internacional sin precedentes, especialmente en el contexto europeo y entre las grandes potencias.

Se destacó en la comisión que su tarea principal era definir la violación de los derechos humanos tanto a nivel internacional como dentro de las naciones individuales, y sugerir métodos para proteger ’los derechos del hombre en todo el mundo’. Se mencionó que, de haber existido un procedimiento efectivo para identificar y abordar tales violaciones, la comunidad internacional podría haber intervenido a tiempo para detener a los instigadores de la guerra.

La máxima aspiración de la “gente común”

Redactada a lo largo de dos años, la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) comienza con un preámbulo que subraya su necesidad. Vale la pena leer el texto. Allí se declara que la base de la libertad, justicia y paz mundial reside en el reconocimiento de la dignidad inherente y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana. Además, se señala que el desprecio a los derechos humanos ha conducido a la barbarie que ha “ofendido la conciencia de la humanidad”. El preámbulo afirma que alcanzar un mundo donde reine la libertad de expresión, opinión, y libre de miedo y necesidad, representa la máxima aspiración de la “gente común”. Por ello, concluye, es esencial proteger los derechos humanos mediante el imperio de la ley.

Los treinta artículos que siguieron establecieron que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos… sin distinción de ningún tipo, como la raza, el color, el sexo, el idioma, la religión, la opinión política u otra, el origen nacional o social, la propiedad, el nacimiento u otro estado” y sin importar “el estado político, jurisdiccional o internacional del país o territorio al cual pertenece una persona”.

Esos derechos incluían la prohibición de la esclavitud, la tortura, el castigo degradante, el arresto arbitrario, el exilio y “la injerencia arbitraria en… la privacidad, la familia, el hogar o la correspondencia, [y] los ataques a… el honor y la reputación”.

Incluían el derecho a la igualdad ante la ley y a un juicio justo, el derecho a viajar tanto dentro de un país como fuera de él, el derecho a casarse y a establecer una familia, el derecho a poseer propiedad.

Incluían el “derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión”, a la “la libertad de opinión y expresión”,a la asamblea pacífica, el derecho a participar en el gobierno, ya sea “directamente o mediante representantes libremente elegidos”, el derecho de igual acceso al servicio público. Después de todo, la autoridad del gobierno se basa en la voluntad del pueblo, “expresada en elecciones periódicas y genuinas que serán por sufragio universal e igual”, expresa el documento.

Incluían el derecho a elegir cómo y dónde trabajar, el derecho a igual salario por trabajo igual, el derecho a sindicalizarse y el derecho a un salario justo que asegure “una existencia digna de la dignidad humana”.

Incluyeron “el derecho a un nivel de vida adecuado para… la salud y el bienestar…, incluyendo la alimentación, la ropa, la vivienda, la atención médica y los servicios sociales necesarios, y el derecho a la seguridad en caso de desempleo, enfermedad, discapacidad, viudez, vejez u otra falta de medios de subsistencia en circunstancias fuera de su control”.

Incluyeron el **derecho a una educación gratuita **que desarrolle plenamente a los estudiantes y fortalezca “el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales”. La educación “deberá promover el entendimiento, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones, grupos raciales o religiosos, y deberá fomentar las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz”.

Incluyeron el derecho a participar en el arte y la ciencia.

Incluyeron el derecho a vivir en el tipo de sociedad en la que los derechos y libertades descritos en pudieran realizarse. Y, concluyó el documento, “Nada en esta Declaración podrá interpretarse como que implica para ningún Estado, grupo o persona ningún derecho a participar en actividad alguna o a realizar ningún acto dirigido a la destrucción de cualquiera de los derechos y libertades aquí establecidos”.

Aunque ocho países se abstuvieron de la DUDH—seis países del bloque soviético, Sudáfrica y Arabia Saudita—ningún país votó en contra de ella, haciendo que la votación fuera unánime. La declaración no era un tratado y no era legalmente vinculante; era una declaración de principios.

La DUDH ha proporcionado a las víctimas un lenguaje y un conjunto de principios para condenar el maltrato, elementos que eran inimaginables antes de 1948, y que hoy son esenciales para restringir y cuestionar los abusos contra los derechos humanos. Eso es lo importante. Aunque siga siendo un texto aspiracional, hasta idealista, la DUDH sienta en blanco y negro la posibilidad de un mundo mas humano.

Desde mi posición como exiliado y perseguido político del gobierno de Maduro en Venezuela, este texto se vuelve profundamente significativo para mí. Proporciona herramientas esenciales para salvaguardar nuestra integridad y defender nuestros derechos. La Declaración Universal de Derechos Humanos es la base que permite a instituciones como la Corte Penal Internacional actuar como disuasores efectivos, para prevenir mayores abusos, y nos brinda la esperanza de la Justicia en un futuro.