De un Golpe sin golpe, o de la comunicación política sin política
Las muchas caras de Yevgeny Prigozchins
Yevgeny Prigoschin, chef del Kremlin y señor de la guerra, finalmente estalló tras meses de vociferar y vituperar contra el ministerio de Defensa por el control de la guerra.
Tras responsabilizar a las fuerzas armadas de un aparente ataque con misiles a sus tropas mercenarias, Prigoschin tomó Rostov, un punto neurálgico para la invasión a Ucrania, sin resistencia, aparentemente con la intención de apresar al ministro de Defensa Shoigú, quien logró huir a tiempo. A continuación, las unidades de su empresa de mercenarios Wagner avanzaron hacia Moscú a través de Voronezh, derribando aviones y helicópteros, mientras en la capital y otras ciudades se preparaban apresurados para repeler la incursión. Sin embargo, al caer la tarde, a tan solo 200 km de Moscú, Prigoschin sorprendió a todos anunciando un acuerdo repentino y ordenando a sus tropas dar marcha atrás, dejando para la historia uno de los capítulos más bizarros de la invasión a Ucrania.
El analista Rob Lee resumió perfectamente el evento al describirlo como una „disputa interna" que se convirtió en un desafío público y encontró una solución temporal con el exilio interno de Prigoschin en Bielorrusia y la subordinación de su grupo criminal al ejército.
Una semana después del desafío más peligroso que Putin ha enfrentado en sus 24 años al frente de Rusia, quedan numerosas interrogantes sin respuesta. ¿Cómo es posible que el líder de un ejército privado, respaldado por el Kremlin, se atreviera a marchar hacia Moscú? ¿Por qué logró capturar el cuartel general ruso en Rostov sin encontrar resistencia y luego se retiró a tan solo 200 km de la capital? ¿Cuáles son las implicaciones de esta asonada en el campo de batalla y en las tensiones geopolíticas? ¿Cómo afectarán estos eventos a Putin y a la estabilidad de Rusia? Qqué tan seguro está el mayor arsenal nuclear del mundo?
Sin pretensiones más allá de las de un curioso y preocupado observador, la brutal invasión a Ucrania me impacta profundamente tanto en sus dimensiones humanas como geopolíticas. Tras examinar diversas perspectivas de destacados académicos, intelectuales públicos y periodistas, tanto dentro como fuera de Rusia, me gustaría presentar en este texto algunas conclusiones preliminares a las que he llegado sobre el affaire Prigoschin.
Sobre la naturaleza de un golpe que no fue
Los expertos están de acuerdo en que el desafío planteado por Prigoschin al Kremlin representa uno de los mayores desafíos que Putin ha enfrentado durante su prolongado liderazgo en Rusia. Sin embargo, existen discrepancias evidentes en cómo calificar este movimiento: ¿golpe de Estado, rebelión, levantamiento, pronunciamiento?
Aunque las etiquetas utilizadas generan un debate interesante, considero que lo realmente relevante es comprender cómo Putin interpreta esta situación y qué implicaciones podría tener tanto en las operaciones en el campo de batalla como en la dinámica política interna rusa. Supongo que en los próximos días entenderemos mejor la lectura de Putin sobre los hechos, especialmente si sorpresivamente Prigoschin cae accidentalmente por una ventana o muere al beber su manzanilla.
Independientemente de cómo se pueda clasificar, es innegable que la asonada ocurrió en un espacio despolitizado, sin generar solidaridades entre soldados ni la población, y ausente de aliados dispuestos mostrar abiertamente su apoyo. Además, quedó en evidencia su carácter performativo al carecer de un verdadero plan para caer sobre Moscú. En este sentido, la asonada guarda similitudes con la insurrección trumpista loca del 6 de enero de 2021 en Estados Unidos.
Desde mi perspectiva, es precisamente en su naturaleza performativa, donde radica el valor de la asonada. Es decir, se trata de un golpe que, vaciado de política, no era más que un ejercicio de comunicación política: un intento de resolver una disputa de poder intra-élite en el bizarro modelo de gobierno neo-feudal que es el putinismo.
En este sentido, Prigoschin, uno de los operadores más eficaces de la estrategia de guerra híbrida de Putin, supo posicionarse en el centro del sistema valiéndose de sus propias herramientas: el espectáculo militar y la propaganda. Su objetivo, confesado a posteriori, no era más que forzar una negociación que evitara la nacionalización de Wagner o, como señala el historiador Timothy Snyder, “un golpe sin complot».
La «Marcha Por La Justicia»
La única «victoria» militar que Rusia ha exhibido en 2023 ha sido Bakhmut, lograda por Wagner a un altísimo costo en «sangre y tesoro». Gracias al «prestigio» asociado a este triunfo, Prigoschin aprovechó el aparato de propaganda de Putin para intentar obtener mayor influencia en el control del desarrollo de la guerra, en competencia con los jefes militares rusos.
Wagner nació como una herramienta de guerra híbrida en el marco estratégico de la confrontación asimétrica que Putin adelantaba contra Occidente. En ese contexto, era necesario ocultar su verdadero propósito y construir una negación plausible, permitiendo así la flexibilidad necesaria para su uso por parte del Estado. Por eso tanto Putin, como Prigoschin siempre negaron de sus vinculaciones con la empresa.
Sin embargo, una vez que el plan inicial de la invasión fracasa, con Putin incapaz de tomar Kiev y Ucrania defendiendo su independencia con el apoyo de Occidente, la naturaleza de la guerra cambia: deja de ser una «Operación Militar Especial», es decir, una invasión limitada en el tiempo y en el espacio en el marco de una Blitzkrieg que debía cambiar el régimen por uno controlado por Moscú, para transformarse en una guerra proxy contra Occidente.
De esta manera Putin, más allá de los desarrollos en el campo de batalla, apunta a las transformaciones que el desarrollo de la guerra pueda lograr en el campo geopolítico; es decir, su impacto en las elecciones estadounidenses, o en el crecimiento parlamentario de la ultra-derecha alemana o francesa.
Al cambiar la naturaleza de la guerra, cambia también la tarea de Wagner, que pasa de ser un cuerpo para la tarea híbrida, a una fuerza combativa formal. En este sentido, el choque con el ministerio de la Defensa era previsible, porque la naturaleza del conflicto clama por una estructura centralizada que la coordine.
En este contexto es que Prigoschin entra abiertamente a la política rusa, sus fuerzas se repliegan de Africa y Siria para sumarse al frente ucraniano. De pronto se le ve reclutando entre los presidiarios, les ofrece libertad a cambio de sobrevivir seis meses en el frente y la posibilidad de acceder gratuitamente a una educación universitaria.
En su discurso condena a aquellos rusos que han huido del país: los acusa de no ser parte verdadera de la nación y, por el contraste, debe dársele la oportunidad a estos prisioneros de demostrar que ellos sí representan la madre Rusia al reintegrarlos en la lucha por la patria.
Prigoschin intuye que toda guerra alberga el germen de una revolución social. En su discurso, busca posicionarse como una voz contraria a la élite putinista, denunciando la obscena riqueza de los oligarcas mientras el pueblo pobre es sacrificado en el frente. Usa un lenguaje vulgar, salpicado de insultos, pero elocuente y contrastante con el discurso plano, burocratizado, de la jerarquía militar, lo que aparentemente le otorgó cierta popularidad entre los soldados comunes y en otros sectores de la población.
Sin embargo, no hace promesas de tierras o paz, sino que habla de Justicia en el sentido de que su facción dentro de esa élite no recibe la parte que le corresponde. Sostiene que su gente ha estado muriendo de manera desproporcionada en el frente debido a la incompetencia de los altos mandos militares. Por eso llama a su sublevación la «Marcha Por la Justicia», clama por el retorno de la Justicia, que es, en su caso, contra la nacionalización de Wagner. Pero su reclamo de Justicia se enmarca en la ética de una comunidad criminal, donde no existe ley, sino sólo conceptos.
En ese marco discursivo, Prigoschin realiza una destacada contribución al desmantelar el infructuoso debate en el ámbito público occidental sobre los argumentos putinistas, defendidos tanto por la izquierda como por la derecha, acerca de las supuestas causas de la invasión a Ucrania. En contraposición a las falaces teorías sobre nazis, la expansión de la OTAN o las supuestas sectas satánicas, Prigoschin expone de manera contundente la auténtica motivación detrás de la invasión: el saqueo de los recursos económicos de Ucrania y su posterior reparto entre la oligarquía rusa, respaldado por el oligarca ucraniano Viktor Medvedchuk, compadre de Putin, quien actuaría como títere presidencial.
Esta revelación resulta completamente plausible en la forma actual del Estado ruso. Además cumple con el «principio de parsimonia», al ser la explicación más consistente en comparación con las ofrecidas por el putinismo y su aparato de propaganda desde el comienzo de la agresión.
Las acusaciones de Prigoschin se ven respaldadas por su propio mérito al ser el único miembro de la élite rusa que ha expuesto el pellejo en el frente y al haber logrado la «victoria» de Bakhmut, si es que se puede calificar como tal. Su éxito en el terreno refuerza la credibilidad de sus denuncias.
Comprender esta simple verdad puede liberar de tensiones, especialmente en relación a la narrativa construida por la propaganda rusa en el llamado «Sur Global».
Además, al denunciar la falsedad de los argumentos de la invasión y criticar la guerra, Prigoschin se convirtió en una figura con la cual podría resultar más viable negociar el fin del conflicto. Esto plantea ciertos interrogantes sobre la decisión de los servicios de inteligencia de Occidente de no intervenir, a pesar de tener conocimiento previo de los planes de Prigoschin. ¿Acaso su elección se basó en la esperanza de contar con un interlocutor en el poder, sin importar su fascismo, crueldad y criminalidad, para facilitar la negociación de esta absurda guerra? Son especulativas, claramente, pero resultan interesantes en términos de la dimensión histórica que la figura de Prigoschin podría alcanzar en el futuro.
Un golpe sin complot
Sin embargo, el mensaje reivindicativo de Prigoschin no encontró eco en un espacio despolitizado. No hubo manifestaciones en defensa de Putin, a diferencia de lo ocurrido en 1991 cuando los moscovitas salieron a las calles para proteger la Perestroika de Gorbachov, o en un universo paralelo, cuando el pueblo llenó las calles del oeste de Caracas en apoyo a Chávez durante el golpe de 2002.
Esto sugiere que la popularidad de Putin se basa más en la falta de alternativas políticas que en el respaldo masivo de las masas. En ese sentido, el caso de Prigoschin ha revelado una figura del «Putin colectivo», en la cual se incluye a Lukashenko, que hasta ahora desconocíamos. Inicialmente, vimos a Putin en la televisión hablando de severos castigos a los traidores, de guerra civil, de puñaladas por la espalda, de la revolución de 1917. Sin embargo, hacia el final del día, esa imagen dio paso a una negociación tipo transacción mafiosa. El «Putin colectivo» parece haber tomado el lugar de Putin: ninguno de los miembros de la élite se pronunció a favor de Wagner, pero tampoco se tomaron medidas para arrestar a Prigoschin. Incluso los chechenos de Kadyrov llegaron a Rostov, pero no intervinieron para sofocar el motín. En este «Putin colectivo», nadie mostraba mucho entusiasmo por luchar entre ellos.
Si el colapso de un sistema de gobierno se caracteriza por una presión popular incontenible en las calles o por una división clara dentro de la élite gobernante, no vimos nada de eso durante el motín de Prigoschin.
¿Putin debilitado? Contrario a la prédica en la prensa occidental, considero irrelevante preguntarse si la rebelión deja a Putin debilitado.
Encuentro que esta discusión trata al poder como si fuera una mercadería; un bien tangible y cuantificable que se almacena y se dispone a conveniencia. Creo, sin embargo, que esa concepción no refleja la verdadera naturaleza y dinámica del poder.
En mi opinión, lo relevante es preguntarse si el evento Prigoschin abre las puertas para otros intentos de golpe.
De nuevo debo hacer referencia al universo paralelo venezolano: la derrota del golpe de Estado contra Chávez en abril del 2002, y del sabotaje petrolero a finales de ese mismo año, fueron los eventos que le permitieron a Chávez finalmente tomar el poder. Al imponerse sobre el primero, pudo depurar a la fuerza armada de golpistas y sobre el segundo de saboteadores.
Contrario a la opinión predominante en los principales medios de prensa occidentales, mi opinión como simple espectador es que Putin maniobrará del mismo modo: corregirá las fugas del sistema para descartar la posibilidad de que un episodio similar pueda repetirse en el futuro; especialmente si el desarrollo de la guerra no le favorece. Cuenta para ello con las fuerzas armadas, los servicios de seguridad y la inteligencia cohesionados a su entorno.
Sam Greene apunta en su boletín cómo en regímenes neo-patrimoniales, este tipo de eventos tiende a prolongar en el poder a sus líderes, en vez de debilitarlos. No creo que será distinto con Putin.
Esto no quiere decir que este evento no impacte la posibilidad del fin de la guerra. La guerra terminará cuando la presión interna en Rusia lo determine.
Al igual que Estados Unidos se retiró de Vietnam por sus presiones internas, el motín de Prigoschin será visto en retrospectiva como el primero, pero no el último de las señales sobre las presiones que se acumulan dentro Rusia para concluir con la invasión. Solo desde dentro de Rusia es que la guerra encontrará su fin.
Pero el fin de la guerra no significa necesariamente el fin de Putin. El motín puede interpretarse como un signo de decadencia, pero no, como algunos se aventuran a predecir, como el fin del sistema.